¡Alegría de mi infancia!...(quien me
conoce sabe que en mi casa, alegrías…¡pocas!). Mi padre, tras sufrir las
consecuencias de la derrota, llegó a formar parte de las fuerzas vivas
desparramadas por las aldeas del país. Encargado de mantener, imponer, crear,
milagrosear el orden que, por otra parte, se mantenía sólo, gracias (¿) a la
falta absoluta de fuerza y de lo que los lacanianos llamarían “deseo”.
Bueno…alguna
que otra paliza y ¡tan amigos!
Como aquella que le metió el cabo Castillo
a José Cascales por la sospecha sobre el paradero de una oveja. Es por tu bien,
le decía. Y Cascales, sorbiendo la sangre que le brotaba de la boca, contestaba,
sí, sí, ya lo sé. Y así, hasta que confesó ser un cuatrero despreciable. Tuvo
que abandonar el pueblo. El cabo Castillo se encargó de hacer correr sus
cualidades para la investigación de altura.
O
aquel otro martirio, propio de agosto: atiborrar de bacalao en salazón a un
pobre desgraciado y dejarlo a la solana en plena canícula, mientras el guardia
“de puertas” bebía agua del
botijo perlado, golpeando el agua contra los dientes, fabricando un arco iris
que nada tenía de reconciliador.
Pese a lo dicho…mi padre era del Barça (nosotros decíamos “del
Barcelona” y “Barça” lo leíamos “Barca”…Así que “Barca 3,
rival 0”), lo que, pasando por encima de la bondad natural de mi progenitor, le
causó no pocos problemas e inquinas. Los dos barberos del pueblo, como si de
una conspiración blanquista se tratara, eran del Atletic de Bilbao y usaban
chapela incluso en verano (43 grados a la sombra). También ellos contarían y no
pararían. Pero… ¡era diferente! (como siempre lo ha sido)…ellos eran exóticos “leones”; los “culés” (nombre que jamás oímos), sin embargo, eran traidores. Los
del Madrid imponían la norma. Pese a que durante toda mi primera infancia, el
Barca dominó las competiciones “nacionales”.
Pues, ¡eso!... que Kubala fue la alegría de mi infancia. Jamás vi su
rostro, ni su figura…sólo su caricatura dibujada en la cara de las cajas de
cerillas (“toreros” le llamábamos
nosotros). Regordete, pelo rizado y rubio y haciendo malabarismos con el balón
(de costuras como espinazo de dinosaurio) pegado a la bota. Los “toreros” y las “bolas” (canicas) eran los trofeos para quienes ganaban en los
absurdos juegos en los que nos embarcábamos.
Buscábamos los “toreros” en el
basurero…entre buches de pavo, tripas de cerdo, cartas de procedencias
desconocidas, y, naturalmente, basuras de todo tipo. Con un palo, como profesionales
de los desperdicios. Pero, allí, nadie desperdiciaba nada…así que lo que
llegaba al basurero era…verdaderamente ¡la hez de la hez!
Los atardeceres (y noches, en invierno) de los festivos, eran, por
doquier, similares (que no iguales). Sacábamos las sillas (una mesita para la
radio) a la calle; los niños… ¡en el suelo! Y se oía a Matías Prats (¿padre?,
¿abuelo?, ¿bisabuelo?)…contándote cualquier cosa...hasta que había un gol y,
entonces, caíamos en que se trataba de un partido de fútbol. Como aquello de
Gila cuando retransmitía simultáneamente una boda, un partido de fútbol y una
corrida de toros. Acabada la retransmisión nos dedicábamos a buscar satélites,
puntitos luminosos que se movían entre las estrellas de aquellos cielos tan
profundos y límpidos… ¡Uno!... ¡He visto uno!...y todos mirábamos el dedo sucio
del chivato. O a descubrir “salamanquesas”
(¿), (esa especie de lagartija con ventosas en los dedos, que llamamos
dragones…¡Si te caía una en la mano…¡te pelaba la piel!...) que apreciaban la
luz. Y así hasta la hora de la sopa de aletría… ¡Con “cubitos”!
La televisión alteró la situación. Lo primero que vimos en la tele fue
la final de la recopa de Europa entre el Atlético de Madrid y la Florentina.
Ganó el Atlético por 3 a 0 con goles de Jones, Mendoza y Peiró. Fue en
septiembre del 62 y yo no había cumplido los diez años. Mi padre, que estaba en
la barra del bar pimplándose un vaso de coñá, nos pagó una fanta de naranja.
Nos pusieron la botella y dos pajitas de auténtico cereal. Media
hora antes estábamos todos sentados frente a una caja extraña, ovalada, verde
infierno, en la que bajaban a un ritmo incomprensible unas líneas negras que
anunciaban, decían, las verdaderas imágenes. Cuando aparecieron, algunos se
santiguaron y escupieron al suelo ahuyentando los malos espíritus. Otros, que
sabían de qué iba la cosa, miraban con cara de entendidos y gestos
tranquilizadores.
Tener una televisión propia fue tan emocionante como para Virginia Wolf
tener una habitación propia. El primero fue el cabo Castillo. A mí me llegó
junto con el acné.
Kubala era, para mí, como Coppi…un símbolo de ¡yo que sé!...Los
dos eran el paraguas de mi infancia. No
podía hablarse de modelos, de acicates, de estímulos, de ideales… ¡esas cosas
no existían!...eran ¡Kubala y Coppi!...pronunciados con rabia, como si
con ello produjeras una alteración de las condiciones objetivas…Eran como
agujeritos por donde entraba luz al saco negro en el que se desenvolvía todo.
Kubala éramos todos (¡los del Barca!)…la coge
Kubala…avanza…chuta….¡¡¡gol!!!
Y junto a Kubala: Kocsis, Evaristo, Suárez y Czibor (Vila,
Villaverde)…Se inauguraba el Camp Nou…La de Serrat era la inmediatamente
anterior (la de Las Corts).
El equipo de mi pueblo jugaba en alguna categoría (¡eso seguro!) porque
venían equipos de pueblos vecinos e, incluso, de bastantes kilómetros a la
redonda. Decir que el campo era de tierra
es, simplemente mentir. Era una especie de cantera de áridos para la
construcción, en la que se hubiera, cuidadosamente, colocado las piedras con
sus aristas más afiladas hacia arriba. Los pocos goles que marcaba el equipo
local se celebraban (trompeta y tambor) con aquella melodía tan de la
época:
“Ay
qué tío, Ay qué tío…
Qué
golazo c’a metió”.
Y con gaseosas “la flor de Murcia”…refrescadas
en grandes cubos con hielo…Aún recuerdo el sonido Psssssssf…¡los niños nos
bebíamos los culitos!
O, a veces, se abrían los cielos y las jerarquías aladas cantaban,
a 9 voces, la belleza del gol local que anulaba los infinitos que nos marcaban.
Los infinitos que nos marcaban (el portero tenía un brazo impedido y,
por eso, se había sacado de la manga (¿) un remate de codo…que fue famoso en
toda la comarca…¡Y algo más allá!...pero que nunca alcanzó, además, la
eficacia) se ignoraban o, como mucho, se anotaban con indiferencia en el
marcador “visitante”.
El equipo se alimentaba de la cantera. Por las tardes nos juntábamos en el campo de áridos, esperando inquietos la llegada del propietario del balón: lo llamábamos "entreno"… ¿hay entreno?
El equipo se alimentaba de la cantera. Por las tardes nos juntábamos en el campo de áridos, esperando inquietos la llegada del propietario del balón: lo llamábamos "entreno"… ¿hay entreno?
Nos dividiamos en dos grupos y comenzábamos una carrera sin cuartel ni
finalidad. Nos invadía una obsesión: golpear el balón...¡en la dirección que
fuera! Los únicos que lo tenían algo claro eran los guardametas.
Mi hermano mayor (salido, como es natural, de la cantera) tuvo la
desgracia de ser cancerbero durante una temporada (¿)…¡de récord Guinnes!
Recuerdo el día que llegó el equipo de jugar contra el Molina del Segura: ¡22 a
1!…mi hermano jugó (¿) media parte y le metieron 18…¡Eran tiempos más fecundos!
Bajaban del autobús como gotas de aceite cuando ya no queda aceite en la
botella: rezagándose, indecisos, temblando…
Cuando el pueblo se enteró del resultado, pasada la conmoción, se les
invitó a unos quintos, entre palmadas de ánimo en la espalda y cánticos de
resistencia y odio vecinal.
Por la noche en el cine, era domingo, el héroe que había sido capaz de
batir la portería contraria, entró ranqueante por entre las filas de butacas y
a voz en grito:
--¡Me duele tor cuerpo der golazo
que he metío!
Le siguió un aplauso atronador…y
mi hermano, la víctima, que era, además, el que echaba el cine…paró la película
para dar tiempo a que la gloria (se condensara y) fuera asimilada y ¡no se
olvidara en toda nuestras vidas!
Hablo de Fortuna (Murcia)…Imagínese Vd...¡ Malpartida de abajo!
Y hablando de cine y tal… ¿recuerdan vds. “Los héroes escogen
(¿prefieren? la paz”…aquella película que contaba la evasión de Kubala de
Hungría y las peripecias hasta llegar a la España franquista?...Kubala se interpretaba
a sí mismo. Que, además, fuera un arma propagandista…me enteré después.
Entonces sólo tenía ojos para ¡¡Kubala!!...
Bueno pues, como mi hermano, como he dicho, echaba el cine, me hice con
un cartel (de los de antes) de la película y con un montón de fotogramas
(filminas) que las mirábamos a través de aquellos aparatos en forma de pirámide
truncada…que tenían una pequeña lente de aumento en el vértice (truncado) y una
ranura en la base, por donde metías la filmina y la veías más grande y como
incorporada a ti…
Era la envidia de todos…
Yo, naturalmente tenía muchas filminas… ¡de todo tipo! (…esa es otra
historia…). El cartel lo desplegaba de vez en cuando…En mi casa no había pared
para carteles. El escaso estaba ocupado por la abuela y por una
fotografía de mi madre, a la que alguien había desfigurado los labios,
con un dedo húmedo...¡Así eran entonces las fotografías!...Toda mi primera
infancia con ese rasgo despectivo…que mi madre, sin esfuerzo, conseguiría
adquirir... ¿y el día de la boda? preguntarán vds…. ¿por qué no lo colgó vd. en
su habitación?... ¡les ahorro la respuesta!
Todos los carteles, prospectos, láminas, tebeos…
fueron destruidos por mi madre en un
"auto de fe"...coincidiendo con la llegada de los misioneros,
enviados a recristianizar la zona.
Cuando ya mayor, fui a Barcelona, lo primero que hice fue visitar y
pimplar en “La Bohemia”, de la calle Lancaster (otro mito de mi
infancia). No sé si en la película aparecía, o no, la desgraciada bodega… ¡creo
que sí!...En todo caso fue mi primera visita… ¡La Sagrada Familia aún no la he
visitado!
Maldigo a quien decidió el derribo de “La Bohemia” y arrojó al
paro a los integrantes de esa cooperativa ejemplar y edificante: ¡Honor al tanguero!...
¡al "tomatero de Orihuela"!--- ¡al maestro!...a todos
los que nos hicieron pasar momentos tan ajenos a la asepsia que nos invade.
¡¡Gracias Kubala!...! Por tí… y por darme la escusa para recordar lo
recordado.
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