miércoles, 25 de diciembre de 2013

¡Va por vds.! Kubala. 17 de mayo.

  Tal día como hoy, del año 1927, nació el gran ¡¡Kubala!!
  ¡Alegría de mi infancia!...(quien me conoce sabe que en mi casa, alegrías…¡pocas!). Mi padre, tras sufrir las consecuencias de la derrota, llegó a formar parte de las fuerzas vivas desparramadas por las aldeas del país. Encargado de mantener, imponer, crear, milagrosear el orden que, por otra parte, se mantenía sólo, gracias (¿) a la falta absoluta de fuerza y de lo que los lacanianos llamarían “deseo”. 
     Bueno…alguna que otra paliza y ¡tan amigos!

     Como aquella que le metió el cabo Castillo a José Cascales por la sospecha sobre el paradero de una oveja. Es por tu bien, le decía. Y Cascales, sorbiendo la sangre que le brotaba de la boca, contestaba, sí, sí, ya lo sé. Y así, hasta que confesó ser un cuatrero despreciable. Tuvo que abandonar el pueblo. El cabo Castillo se encargó de hacer correr sus cualidades para la investigación de altura.
O aquel otro martirio, propio de agosto: atiborrar de bacalao en salazón a un pobre desgraciado y dejarlo a la solana en plena canícula, mientras el guardia “de puertas  bebía agua del botijo perlado, golpeando el agua contra los dientes, fabricando un arco iris que nada tenía de reconciliador.

     Pese a lo dicho…mi padre era del Barça (nosotros decíamos “del Barcelona” y “Barça” lo leíamos “Barca”…Así que “Barca 3, rival 0”), lo que, pasando por encima de la bondad natural de mi progenitor, le causó no pocos problemas e inquinas. Los dos barberos del pueblo, como si de una conspiración blanquista se tratara, eran del Atletic de Bilbao y usaban chapela incluso en verano (43 grados a la sombra). También ellos contarían y no pararían. Pero… ¡era diferente! (como siempre lo ha sido)…ellos eran exóticos “leones”; los “culés” (nombre que jamás oímos), sin embargo, eran traidores. Los del Madrid imponían la norma. Pese a que durante toda mi primera infancia, el Barca dominó las competiciones “nacionales”.

     Pues, ¡eso!... que Kubala fue la alegría de mi infancia. Jamás vi su rostro, ni su figura…sólo su caricatura dibujada en la cara de las cajas de cerillas (“toreros” le llamábamos nosotros). Regordete, pelo rizado y rubio y haciendo malabarismos con el balón (de costuras como espinazo de dinosaurio) pegado a la bota. Los “toreros” y las “bolas” (canicas) eran los trofeos para quienes ganaban en los absurdos juegos en los que nos embarcábamos.
     Buscábamos los “toreros” en el basurero…entre buches de pavo, tripas de cerdo, cartas de procedencias desconocidas, y, naturalmente, basuras de todo tipo. Con un palo, como profesionales de los desperdicios. Pero, allí, nadie desperdiciaba nada…así que lo que llegaba al basurero era…verdaderamente ¡la hez de la hez!

      Los atardeceres (y noches, en invierno) de los festivos, eran, por doquier, similares (que no iguales). Sacábamos las sillas (una mesita para la radio) a la calle; los niños… ¡en el suelo! Y se oía a Matías Prats (¿padre?, ¿abuelo?, ¿bisabuelo?)…contándote cualquier cosa...hasta que había un gol y, entonces, caíamos en que se trataba de un partido de fútbol. Como aquello de Gila cuando retransmitía simultáneamente una boda, un partido de fútbol y una corrida de toros. Acabada la retransmisión nos dedicábamos a buscar satélites, puntitos luminosos que se movían entre las estrellas de aquellos cielos tan profundos y límpidos… ¡Uno!... ¡He visto uno!...y todos mirábamos el dedo sucio del chivato. O a descubrir “salamanquesas” (¿), (esa especie de lagartija con ventosas en los dedos, que llamamos dragones…¡Si te caía una en la mano…¡te pelaba la piel!...) que apreciaban la luz. Y así hasta la hora de la sopa de aletría… ¡Con “cubitos”!

     La televisión alteró la situación. Lo primero que vimos en la tele fue la final de la recopa de Europa entre el Atlético de Madrid y la Florentina. Ganó el Atlético por 3 a 0 con goles de Jones, Mendoza y Peiró. Fue en septiembre del 62 y yo no había cumplido los diez años. Mi padre, que estaba en la barra del bar pimplándose un vaso de coñá, nos pagó una fanta de naranja. Nos pusieron la botella y dos pajitas de auténtico cereal.    Media hora antes estábamos todos sentados frente a una caja extraña, ovalada, verde infierno, en la que bajaban a un ritmo incomprensible unas líneas negras que anunciaban, decían, las verdaderas imágenes. Cuando aparecieron, algunos se santiguaron y escupieron al suelo ahuyentando los malos espíritus. Otros, que sabían de qué iba la cosa, miraban con cara de entendidos y gestos tranquilizadores.
     Tener una televisión propia fue tan emocionante como para Virginia Wolf tener una habitación propia. El primero fue el cabo Castillo. A mí me llegó junto con el acné.

     Kubala era, para mí, como Coppi…un símbolo de ¡yo que sé!...Los dos eran el paraguas de mi infancia.   No podía hablarse de modelos, de acicates, de estímulos, de ideales… ¡esas cosas no existían!...eran ¡Kubala y Coppi!...pronunciados con rabia, como si con ello produjeras una alteración de las condiciones objetivas…Eran como agujeritos por donde entraba luz al saco negro en el que se desenvolvía todo.

     Kubala éramos todos (¡los del Barca!)…la coge Kubala…avanza…chuta….¡¡¡gol!!!

     Y junto a Kubala: Kocsis, Evaristo, Suárez y Czibor (Vila, Villaverde)…Se inauguraba el Camp Nou…La de Serrat era la inmediatamente anterior (la de Las Corts).

     El equipo de mi pueblo jugaba en alguna categoría (¡eso seguro!) porque venían equipos de pueblos vecinos e, incluso, de bastantes kilómetros a la redonda.  Decir que el campo era de tierra es, simplemente mentir. Era una especie de cantera de áridos para la construcción, en la que se hubiera, cuidadosamente, colocado las piedras con sus aristas más afiladas hacia arriba. Los pocos goles que marcaba el equipo local se celebraban (trompeta y tambor) con aquella melodía tan de la época: 
“Ay qué tío, Ay qué tío…
Qué golazo c’a metió”.

     Y con gaseosas “la flor de Murcia”…refrescadas en grandes cubos con hielo…Aún recuerdo el sonido Psssssssf…¡los niños nos bebíamos los culitos!

      O, a veces, se abrían los cielos y las jerarquías aladas cantaban, a 9 voces, la belleza del gol local que anulaba los infinitos que nos marcaban.
     Los infinitos que nos marcaban (el portero tenía un brazo impedido y, por eso, se había sacado de la manga (¿) un remate de codo…que fue famoso en toda la comarca…¡Y algo más allá!...pero que nunca alcanzó, además, la eficacia) se ignoraban o, como mucho, se anotaban con indiferencia en el marcador “visitante”.
     El equipo se alimentaba de la cantera. Por las tardes nos juntábamos en el campo de áridos, esperando inquietos la llegada del propietario del balón: lo llamábamos "entreno"… ¿hay entreno?
     Nos dividiamos en dos grupos y comenzábamos una carrera sin cuartel ni finalidad. Nos invadía una obsesión: golpear el balón...¡en la dirección que fuera! Los únicos que lo tenían algo claro eran los guardametas.
     Mi hermano mayor (salido, como es natural, de la cantera) tuvo la desgracia de ser cancerbero durante una temporada (¿)…¡de récord Guinnes! Recuerdo el día que llegó el equipo de jugar contra el Molina del Segura: ¡22 a 1!…mi hermano jugó (¿) media parte y le metieron 18…¡Eran tiempos más fecundos! Bajaban del autobús como gotas de aceite cuando ya no queda aceite en la botella: rezagándose, indecisos, temblando…
     Cuando el pueblo se enteró del resultado, pasada la conmoción, se les invitó a unos quintos, entre palmadas de ánimo en la espalda y cánticos de resistencia y odio vecinal.
     Por la noche en el cine, era domingo, el héroe que había sido capaz de batir la portería contraria, entró ranqueante por entre las filas de butacas y a voz en grito:
   --¡Me duele tor cuerpo der golazo que he metío!
     Le siguió un aplauso atronador…y mi hermano, la víctima, que era, además, el que echaba el cine…paró la película para dar tiempo a que la gloria (se condensara y) fuera asimilada y ¡no se olvidara en toda nuestras vidas!

     Hablo de Fortuna (Murcia)…Imagínese Vd...¡ Malpartida de abajo!

     Y hablando de cine y tal… ¿recuerdan vds. “Los héroes escogen (¿prefieren? la paz”…aquella película que contaba la evasión de Kubala de Hungría y las peripecias hasta llegar a la España franquista?...Kubala se interpretaba a sí mismo. Que, además, fuera un arma propagandista…me enteré después. Entonces sólo tenía ojos para ¡¡Kubala!!...

     Bueno pues, como mi hermano, como he dicho, echaba el cine, me hice con un cartel (de los de antes) de la película y con un montón de fotogramas (filminas) que las mirábamos a través de aquellos aparatos en forma de pirámide truncada…que tenían una pequeña lente de aumento en el vértice (truncado) y una ranura en la base, por donde metías la filmina y la veías más grande y como incorporada a ti…

     Era la envidia de todos…

     Yo, naturalmente tenía muchas filminas… ¡de todo tipo! (…esa es otra historia…). El cartel lo desplegaba de vez en cuando…En mi casa no había pared para carteles. El escaso estaba ocupado por la abuela y por una fotografía  de mi madre, a la que alguien había desfigurado los labios, con un dedo húmedo...¡Así eran entonces las fotografías!...Toda mi primera infancia con ese rasgo despectivo…que mi madre, sin esfuerzo, conseguiría adquirir... ¿y el día de la boda? preguntarán vds…. ¿por qué no lo colgó vd. en su habitación?... ¡les ahorro la respuesta!
     Todos los carteles, prospectos, láminas, tebeos…
fueron destruidos por mi madre en un "auto de fe"...coincidiendo con la llegada de los misioneros, enviados a recristianizar la zona.

     Cuando ya mayor, fui a Barcelona, lo primero que hice fue visitar y pimplar en “La Bohemia”, de la calle Lancaster (otro mito de mi infancia). No sé si en la película aparecía, o no, la desgraciada bodega… ¡creo que sí!...En todo caso fue mi primera visita… ¡La Sagrada Familia aún no la he visitado!

     Maldigo a quien decidió el derribo de “La Bohemia” y arrojó al paro a los integrantes de esa cooperativa ejemplar y edificante: ¡Honor al tanguero!... ¡al "tomatero de Orihuela"!--- ¡al maestro!...a todos los que nos hicieron pasar momentos tan ajenos a la asepsia que nos invade.
     ¡¡Gracias Kubala!...! Por tí… y por darme la escusa para recordar lo recordado.




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