¿Quieren vds. saber lo que es un
día infausto?
Un olor espeso, como a deposición canina
(¡qué sagacidad!) me despierta. Inspecciono y encuentro la causa. Son las 5’30
de la mañana. Noche cerrada. Limpio a conciencia y cuando todo parece que ha
recobrado su aspecto normal, “Hegel” vuelve a exonerar el vientre. Vuelvo a
pasar la fregona. La casa huele a podrido. Saco las bolsitas a la basura.
Cuando entro me golpea un olor de morgue. Espero, en la terraza, a que
amanezca embozado con una manta zamorana y con la bufanda del barça tapándome
la cabeza como el hombre invisible. “Hegel” se acurruca a mi lado. No acaba de
entender por qué, teniendo una hermosa cama, yazco aquí, al raso. El hedor me
impide tomar el tentempié matutino. Le pongo la correa a “Hegel” y vamos al bar
del “Día” (¿que no me cambiaré al “Día”?). Ato al perro en el árbol
acostumbrado. Carajillo de recuelo y unas tostadas perreras, que “Hegel” mira
con legítimo agravio.
Tengo que ir a Barcelona a una de
esas transacciones absurdas: sacar dinero de un sitio y meterlo en otro…ya
saben vds. Tenía que haberlo hecho el día 1, pero era domingo. El lunes no
pude, el martes, no quise y el miércoles se me olvidó. Así que, hoy, jueves día
5 de diciembre, tengo que ir a Barcelona a realizar una de esas transacciones
absurdas. Como un especulador. En realidad visto un santo desnudando a otro. Saco
la cama del perro a la terraza y lo encierro. A la altura de la segunda salida
de Badalona, pincho la rueda del copiloto. Llamo a mi cuñado de Mapfre y me
envía, en media hora, un operario. La entrada por Glorias, parece el juicio
final motorizado. Las almas acuden en tropel en sus utilitarios a rendir
cuentas ante el altísimo. Nadie sonríe, al contrario; la cola es tal que más de
uno llora desconsolado sobre el volante. Otros llaman por el móvil. Los más,
miran al horizonte y hacen planes para las navidades (si consiguen llegar).
Al entrar al parking de Rambla con
Plaza Catalunya destrozo el retrovisor contra la máquina dispensadora de tiquetes. Aparco en la planta cuarta en
un espacio escaso, estrecho, de los reservados a los “smarts”. El precio es el mismo. Me dirijo a “Bankia” (Caja Madrid),
que me tienen cogido por los cojones con la “dichosa” hipoteca, referenciada al IRPH cajas (cuando YA no existen
cajas): he de sacar dinero de ahí y ponerlo en “Caja de Ingenieros”. Bankia
está cerrada por obras (o definitivamente, nunca se sabe). Una guardia de
seguridad (¿) me aconseja que utilice el cajero de la fachada que todavía
funciona. El cajero no admite cartillas. ¡Le falta la ranura! Me envían a
Layetana con Ramalleres.
Consigo sacar los 300 euros y vuelvo a la Rambla. Hago el ingreso. Se me olvida pedir el “vale” de aparcamiento. Ya que estoy en Barcelona me acerco a la Boquería a comprar un pollo de la “besavia” y un conejo alimentado con romero y tomillo. Añado unas croquetas de jamón. ¡Una pasta!
Los adornos de navidad ya cuelgan
desvergonzados. Papás Noel chinos escalan las fachadas.
Consigo sacar los 300 euros y vuelvo a la Rambla. Hago el ingreso. Se me olvida pedir el “vale” de aparcamiento. Ya que estoy en Barcelona me acerco a la Boquería a comprar un pollo de la “besavia” y un conejo alimentado con romero y tomillo. Añado unas croquetas de jamón. ¡Una pasta!
Cada minuto que pasa son 5
céntimos. ¿Serà pers diners? Me
dirijo al Gasparov. Allí siempre
tienen los periódicos: En Atapuerca se ha encontrado en ADN más antiguo de
Europa. Faltan matemáticos. Ucrania. La pregunta catalana. La primera noticia
me la esperaba, por algo se trata de “Castilla
La Vieja”; la segunda me hace replantear toda mi vida profesional; la
tercera me llena de inquietud y la última de indiferencia. Pago las dos
cervezas. Voy al váter y cuando salgo las bolsas con los alimentos necesarios
para toda la semana, ha desaparecido. A lo lejos alguien corre (huye) y dobla,
peligrosamente, la esquina del ayuntamiento de distrito. No es plan de ponerse
a perseguir a un hambriento. ¡Adiós conejo a las finas hierbas! ¡Adéu pollastre de la besàvia!. Tendría más necesidad que yo.
¡Me cago en sus muertos!
Hablaba de un día infausto.
Cuando estoy frente a la máquina de
pagar, advierto que la cartera la había metido en la bolsa del pollo. Es una
cartera incómoda de llevar en el bolsillo de los vaqueros…ya saben vds. En la
cartera llevaba el tíquet del párking; el ADN, perdón: el DNI; la
tarjeta y demás elementos imprescindibles para la libre circulación. Hablo con el
indiferente encargado de atención al cliente. Me pide la denuncia. En el
rellano una mujer pide, a voz en grito una ayuda. Hace un mes ya estaba. Me
entran ganas de hacerle la segunda voz. Llego a la comisaria subterránea,
explico el caso. Me hacen un papel. Voy con el papel a la ventanilla del
indiferente. No puede hacer nada: He de pagar el máximo. ¿Cuánto es el máximo?
¿Desde 1714? ¿Desde la victoria de los nacionales? La mujer sigue pidiendo
auxilio. Exijo la presencia inmediata del encargado del negocio. El indiferente
no puede contener la risa en su interior y explota como un volcán, echando lava
por las narices. ¡Quiero ver al capataz! ¡Y yo! (me dice). Me invade una idea
siniestra: la pobre mujer que pide ayuda… ¿no le habrá pasado lo que me…?
Rechazo la idea, que da una vuelta y vuelve. Pongamos un poco de racionalidad en
el asunto: Joven, necesito el coche. Me han robado los papeles. Aquí tengo la
denuncia. Si me deja un folio puedo firmarle un pagaré. Llama por teléfono. Le
doy mis datos y los del vehículo. Parece que creen que el coche que reclamo es
mío. ¡Ya hemos adelantado algo! ¡El coche es mío! Ahora falta lo principal:
llevármelo.
Cada minuto son cinco céntimos.
Entre preguntas, contestaciones, trámites y demás ya son las 3 y media. Eran
las 11 y cuarto cuando destrocé el retrovisor.
El indiferente me dice que en 25
minutos vendrá el “encargado”. Salgo a tomar unas cervezas. Me siento debajo de
una estufa de gas, de esas que parecen
torres petroquímicas. No hay nadie que pase y no me eche una mirada recelosa.
No debo tener muy buen aspecto. De fondo los gritos de la necesitada. Pasado 1
euro con 25 céntimos, pago y bajo al Hades. Junto al indiferente, en la garita,
alguien se ríe y para en seco cuando me ve. ¿Les hago gracia? ¡Sigan con su
juerga! ¡por mí no se corten! No se ponga así, es que acaba de contarme un
chiste, aquel de…
YO: Sí, hombre, sí…aquél que dice
que uno perdió la cartera y el tiquet del párking.
EL INDIFERENTE (echando espuma por
la nariz): No se ponga así. Más se perdió en la guerra de Cuba.
YO: ¡Lo dudo!
EL RECIEN LLEGADO (serio): Bueno,
vamos a ver, ¿qué le ha pasado a vd.?
YO (de fondo el lamento de la
menesterosa): ¡Otra vez no! ¡Ya lo sabe!
EL RECIÉN LLEGADO (indiferente): Yo
acabo de llegar. No sé nada.
Así pasan otros dos euros.
Por fin se me ocurre algo que a
ellos ya se le había ocurrido al principio de todo este dislate: Miren vds. las
cámaras que registran las matrículas y comprueben la hora de entrada. Se miran
y admiran mi sagacidad. Pasados un euro y 32 céntimos consigo la autorización
para sacar el coche del infierno, como Orfeo con Eurídice. Son las 5’30
(redondeando): 6 horas x 3 euros (redondeando) = 18 euros. Sin contar los 42
del pollo, el conejo, las croquetas y el retrovisor.
Una cosa es la autorización y otra
es pagar el estacionamiento: no llevo ni un duro.
EL RECIÉN LLEGADO: A ver esto como
lo arreglamos.
YO: ¡esto no tiene arreglo!
EL RECIÉN LLEGADO: Nosotros
necesitamos una garantía…etc…etc
Quieren una garantía de que volveré
a pagar la deuda. Yo no puedo ofrecer garantía de ningún tipo. Vuelta a
comisaría. Allí me dicen que han encontrado la cartera. Alguien la ha
entregado. No falta nada.
¿Y no iba dentro de una bolsa con un pollo?
¿Y no iba dentro de una bolsa con un pollo?
Finalmente todo se “resuelve”: Son
20 euros. Pago con la tarjeta. No quiero discutir más.
Subo la rampa ¡sin mirar atrás! Y desemboco
en el semáforo de Rambla con Plaza de Catalunya.
Las luces navideñas me hacen
llorar. Los chinos siguen escalando. Parece una invasión de microorganismos. Una
epidemia de rubeola.
En El Masnou ha anochecido. Temor y
temblor: “¡Hegel!”. La mano me tiembla, pero consigo abrir la puerta. Me dirijo
a la terraza, esperando encontrar un estercolero. Hegel duerme apaciblemente en
su camita de lunares. Cuando me ve, me salta encima con la ligereza de una
pluma que arrastra el viento.
¿Y mi comida? ¡Ya estoy bien! Todo
el día esperando para esto.
Son cosas que comprenderás cuando
seas mayor.
Le cuezo un poco de arroz y le
pongo dos tazas de bolitas. Y me lanzo al condis como Sísifo: con una
desesperanzada esperanza.
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