lunes, 19 de agosto de 2013

“Va por Vds.”… desde Grecia. 19 de Agosto del 2013








Vamos a una de esas hecatombes porcinas que llaman “ panigiri”.

Como señores extraños y forasteros, entramos en la plaza donde se desarrollará el evento. Vemos una mesa libre con sus sillas correspondientes y la tomamos. Saludamos a nuestros vecinos. Somos, amablemente, correspondidos….
Rápidamente captamos en qué consiste la cosa: se trata de comer todo el cerdo asado que se pueda y pimplar hasta que el líquido te salga por la nariz y por las orejas…y después retirarse como buenamente se pueda.

Pues… ¡hala! ¡que empiece el espectáculo!

Cochinos espetados, cerveza de lata y los bolsillos rebosantes de botellines de tsípuro y otros aguardientes capaces de pulverizar grumos de grasa fría. A pelo, cogemos pedazos de carne asada, echamos la cabeza pa tras, “como pianistas” y los dejamos caer inmisericordes en la boca abierta: entre el cielo (del paladar) y el infierno (de los dientes). La carne se desliza y se va amontonando en el estómago para ser digerida, durante días, rumiantemente (regurgitaciones incluidas).

--Éna, dío…tÉSSeriSS… … Éna, dío…tÉSSeris…

Repite la salmodia las veces que hagan falta, hasta que al pesador de higos que hace de técnico de sonido le parezca bastante. Embutido en una camiseta cuatro tallas más pequeña, (las carnes le salen por las costaleras como la sobrasada por el orifico de tubo) toca botones, da caladas al cigarrillo, mira las indicaciones que le envían desde el entablado y las interpreta como le da la gana…ya que (porque) los de arriba enloquecen de impotencia. El sonido no acaba de salir a gusto de los inmediatos protagonistas de la noche. El técnico se desvive: sube y baja palanquitas y resortes que, ora se iluminan, ora se apagan. Mira al escenario expectante y le responden con gritos que, pese al deficiente sonido, suenan más o menos como “me cago en tu madre, cabrón”…”sube la palanca quinta, zángano”… “inútil…¡¡la quinta!!”…”¡nos vas a arruinar la noche!” …y otras imprecaciones y súplicas entrecortadas cuyo sentido completo se nos escapa.

--Ena, dio, tÉSSeriSSSSS…Éna…Éna…

Entre tanto ya nos hemos zampado medio kilo de cerdo por cabeza y pimplado tres o cuatro cervezas…así como un frasquito de aguardiente (por cabeza, naturalmente). El estómago se va llenando… ¡eso es evidente!




                              
La multitud ha tomado al asalto la totalidad de las mesas…se oyen chasquidos de dientes…abruptas degluciones…vuelan pedacitos de comida rellenos de voces y saliva...
Cuando cruzan por la luz de los “proyectores” simulan la nevada primigenia. La lluvia de anaxagóricas “spermatas”. En la plaza tendrá lugar una verdadera comunión, una identificación inmediata con el noúmeno, a través del cochino asado, el líquido de Dionisos, el baile de las ménades y la música de Orfeo. Una verdadera Katábasis, de la que la mayoría ascenderá con graves daños.

--Ena, dio, tÉSSeriSSSS… ¡¡déjalo ya, inútil !!

El pastor reciclado se indigna…sube al escenario (¡cuidado! no se te rasguen los pantaloncitos cortos que envuelven delicadamente tu culaco) decidido a poner fin a tanto desconcierto. Discute, levanta cables, toca algunas cosas, mira al público…pide su conformidad, se baja y se dirige hacia su mesa de mandos. Su mujer, fumadora de profesión,  ha ocupado una silla a su lado. ¡Ahora sí! Como dioses del sonido, ordenan que dé comienzo la cosa...Y la cosa comienza.

Un individuo vestido elegantemente con traje negro y camisa blanca lanza los primeros aullidos: el clarino anuncia a todo el valle, con frases capaces de colarse por todos los resquicios…hasta por los poros de las piedras, el comienzo del espectáculo… Las lechuzas de la sabiduría contestan… Los vasos se estremecen, los tímpanos vibran con vibración de ala de mosca…las serpentinas sonoras se enroscan en cualquier objeto sólido y en todos los estados de la materia. Cuando la hipnosis está en pleno apogeo aparece sobre el escenario otro individuo, absolutamente inesperado, más elegante que el primero, manejando un buzuki  con la zurda y lanzando sonidos agudos de una pureza cristalina. Una especie de MacLauglin de Feneos. Se returce…y avanza por el escenario  como en los tiempos del Monterrey Pop. O como un Paganini del buzuki. En serio.




El de la guitarra, un señor normal, vestido con un traje normal y con una pose absolutamente normal, ejerce con profesionalidad su función, poco vistosa pero absolutamente fundamental. El de la batería está, porque la batería suena y se mueve…pero no conseguimos verlo.
Ese es el cuarteto: viento, cuerdas y percusión, sobre el que se apoyarán los solistas que, ahora, deambulan por la plaza pillando algún que otro pedazo de cerdo como aperitivo y echándose al coleto alguna botellita de tsípuro, para afinar la voz.

El ambiente se va caldeando. Los repartidores de cerveza, recorren el recinto como avispas excitadas, llevando sobre los hombros un caldero con las latas. Se les reconoce, en efecto, por el caldero y por que visten la camiseta (azulgrana) del equipo de fútbol local: Goura C. F. (tercera regional… ¡preferente!).

Vamos a mear por turnos, para que no arrasen con nuestra mesa y se pimplen y se zampen lo nuestro. Al descampado que hay a la salida del pueblo. Está a parir. Verdaderos ríos de cerveza reciclada…esos ríos, más abajo, se juntarán y pondrán en peligro a los habitantes de la parte baja del valle. La música llega con la misma, exactamente, intensidad con la que llega a los desgraciados (¿por incautos?) ocupantes de las mesas más cercanas al escenario y a la “orchestra”.

Ahora le toca el turno a una rubia más oxigenda que el oxígeno puro. Un metro noventa de carne blanca que conserva las formas gracias a una especie de esqueleto exterior (¿quelópteros?) con forma de gigantesca botella de cocacola.

¡No lo intentes más!  La faldita no da más de sí…no tires de ella hacia abajo. ¿No habías previsto la altura de la plataforma? ¿Te acojonan las miradas y las bocas de los de las primeras mesas?... ¡Sigue, no te acobardes!...

Canta todo su escaso repertorio entre las aclamaciones de la concurrencia y las groserías de los ocurrentes.

Nos pimplamos otra botellita de aguardiente y más cerveza.

El pesador de higos reconvertido y la profesional del tabaco están entre indignados y orgullosos: resulta que de esa pareja de estatura media tirando a baja, ha brotado ese animal escénico que nos deleita y ensordece, nos deleita ensordeciéndonos, nos ensordece deleitándonos…nos ensordece y deleita. La plaza bulle. Los aplausos se imponen sobre otras manifestaciones y, por fin, la enorme artista, puede bajar (con ayuda) satisfecha, del escenario.
Se dirige directamente a la mesa de mandos donde es recibida por cuatro brazos extendidos y un cigarrillo encendido en la boca de la progenitora. Esquivando la brasa, se abrazan. Un grumo familiar que no lo deshace ni el aguardiente más potente. Es como un cuco en un nido de gorriones.

El cuarteto sigue a lo suyo, sin interrupciones. Pedimos tres kilos más de puerco asado y lo sorbemos.  Sobre la mesa se extiende un aclarador ejemplo de proyección biyectiva entre elementos de dos conjuntos: el de las decenas de cervezas y el de las decenas de botellines de aguardiente. 

Hace irrupción en la plaza un ser con la cabeza, menos la cara, vendada…como una verdadera momia. Y con las vendas en un estado como si realmente fuera una momia egipcia o peruana. Como recién salido de una sala de urgencias traumatológicas y hubiera corrido cuarenta kilómetros campo a través, hubiera escalado lomas y se hubiera batido con alimañas… para no perderse lo que está sucediendo en esta plaza de Gura.

Se acerca a diferentes mesas, se deja ver. Los sedentes interrumpen, aterrorizados, sus quehaceres, pero antes de que las mujeres lancen el típico grito, reconocen en aquella  estrafalaria figura, por algún rasgo de la cara descubierta, aunque manchada-camuflada como para la guerra de guerrillas, a algún conocido y le permiten meter la mano en la carne asada que se amontona sobre las mesas y pimplarse, con dificultad (no puede echar la cabeza pa tras) una lata de cerveza o una botellita de raqui.

Y es que el espectáculo es de los que resucita muertos  y cura enfermos…

La vista, a estas alturas, está tan opaca, tan incapaz de discernir, como los oídos.

Nueva irrupción del “Sarasate del buzuki”. Un dominio de las tablas envidiable. Zurdo, vestido de negro, con entradas de cheyene, dominando al instrumento como los rockeros dominan a su chica… ¡verdaderamente serio!

--¡¡ Gia sas !! … Suenan estruendos de cristales rotos. No se calcula la fuerza del choque. A cada brindis se pulverizan cientos de vasos…y se brinda cada dos minutos. Se brinda hasta con pedazos de magro…¡¡ Gia sas !!

Los danzantes también a lo suyo. La brecha entre la música del “Paco de Lucía de Zyria” y el ritmo desmayado y meticuloso de los que bailan es cada vez más evidente. Es claro que no se esperaban un artista de esa índole y calibre.




Y hablando de “brecha”, recuerdo aquel tipo (no entraré en las circunstancias) que siempre veía una “brecha” en cualquier falta de concordancia o en cualquier insustancial consecuencia imprevista…y enlazaba con la “hemorragia” previsible. A continuación incursionaba en los necesarios tapones y compresas necesarios para cortar el derrame. Pasaba a anticoagulantes y, finalmente, se lanzaba de lleno al extensísimo campo de la terapéutica en general. Cuando agotaba el tema ya no se acordaba NADIE del motivo inicial. Una especie de sonata en la que la modulación se ha tragado el tema principal y se modula a sí misma.

Pues eso, que la “brecha” entre los danzantes y el virtuoso se hace cada vez más hiriente. Para cortar la hemorragia previsible, sube al tinglado un señor vestido de prendas blancas, de lino, una especie de indiano y empieza con la retahíla de agradecimientos, a cambio recibe ovaciones y rechifla, a partes iguales.  Además, anuncia la rifa que tendrá lugar en un momento determinado de la fiesta.

Nosotros también seguimos a lo nuestro. Acabamos con los últimos trozos  de corteza crujiente y pedimos a un calderero que aboque su mercancía sobre la mesa. Hecatombe de cervezas y tsípuro. Brindamos por la luna, por la familia de la mesa de mezclas, por el carnicero que corta de forma tan eficiente y antisentimental los cochinos asados, por el Goura C.F. ...y por el universo entero que ha permitido que en su seno devenga este espectáculo cíclico.

Es ahora cuando de verdad empieza lo esperado.

Sube al escenario, entre aplausos indiscutidos, otro pedazo de artista. Recio como sólo pueden serlo los habitantes de estos parajes (y algún que otro serbio). Traje negro…totalmente relleno, sin el más mínimo espacio libre. El cuello de la camisa le aprieta el cuello de bóvido y le infla las venas…de tal manera que cuando canta y se esfuerza, su cabeza parece que, literalmente, va a reventar como una sandía. Lo que no se puede negar es el fervor, la entrega…la calidad se le da por supuesta.
Acerca y aleja el micrófono a la boca con gracia y decisión. Quiebra la voz y la rehace con una facilidad incoherente. Ha desaparecido la “brecha”. Su repertorio se centra en lo propio de estos montes. En esa música ancestral que la misma Unesco no ha tenido más remedio que, pese a todo lo dicho (y visto), reconocer como Patrimonio Oral de la Humanidad.

¡Ahora sí!... Se dan saltos… se lanzan flores… se rompen platos… se abren botellas de “champán” (…por el ruido, el líquido se vierte en cualquier sitio). Alguien le lanza (al artista) la biblia. El Eclesiastés, desarticulado, versículo a versículo, vuela por los aires…llueven capítulos del antiguo testamento y del nuevo…Alguna cita del Apocalipsis…Las siete trompetas, los siete ángeles con sus sellos…los siete cerdos asados…los siete botellines de aguardiente…las setenta cervezas…las murallas de Jericó… Un versículo del “Cantar de los Cantares” cae en mi mano: más dulce que la miel… más sabrosa que los dátiles… pechos de gacela… labios de cabernet…

… ¡¡Párate luna…YO te lo mando!!...

¡En fin!...una verdadera y auténtica fiesta popular…que durará hasta la salida del sol…cuando el esfuerzo de Orfeo se demostrará inútil y todo se desvanecerá, conciencia incluida, euridicíanamente.

Consumido un cerdo, litros de cerveza y muchos centilitros de aguardiente intentamos ponernos en pie. La mesa y las sillas se van a tomar polculo. Nadie nos lo tiene en cuenta. Dejamos el recinto a cuatro patas, como un rebaño de ovejas…echamos la última meada en el descampado que, a estas alturas, parecen marismas y buscamos el coche con el mando a distancia. A lo lejos parpadean unas lucecitas. Allá nos dirigimos, cogidos de la mano, como una breugheliana cuerda de ciegos, encabezada por un invidente de nacimiento. Se nos cruza un pobre descarriado con el plasma de 20 pulgadas que le ha tocado en la rifa. Cuando nos cruzamos, un ser monstruoso se refleja en la pantalla.

Fundido en negro.

Y hoy es el pasado mañana de lo narrado. Cómo llegamos a casa es un misterio que la luna llena de Agosto guardará para siempre…y que mis Ángeles Custodios me reprocharán toda la vida.





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