Aquella
primavera había empezado a circular por Valencia la mimética expresión: “¿Qué pasa contigo, tío?” a la que el interpelado respondía (cada vez con más
decisión y conocimiento): ¡Nada!..¡Un “rollo”!...reparen
vds. en la complicidad entre el
entrevistador y el entrevistado.
O bien aquello otro de: ¡Como se entere la
”vanguardia”!... dicho en plan de
chirigota.
Época de clandestinidad a la que muchos de
nosotros éramos incapaces, por naturaleza, de someternos. La cosa era seria,
sin embargo. Pero un vientecillo poético recorría nuestros corazones. No tanto
por las perspectivas políticas, sino por el presente: libros, música,
alucinógenos, mujeres (o lo que se quisiera), días que corrían sin horarios y
cargados de emoción y sentimiento. Viajes sin un duro…Los pájaros del cielo no
cultivan y se alimentan... Así nosotros: aves del paraíso.
Me refiero al año 1973.
Les voy a contar a vds. “mi primer viaje a Madrid”. Que fuera el
primero no influye PARA NADA en el desarrollo de los acontecimientos.
La Organización nos había (a otro y a mí)
advertido acerca de ciertas imprudencias y aconsejado, por el bien de todos,
que desapareciéramos durante unos días
del “campo de batalla”. Precisamente éramos lo que
entonces llamábamos “técnicos de distrito”…es
decir, los encargados del desarrollo técnico de las manifestaciones y, sobre
todo, de la “autodefensa”. Por ese
motivo nos pasábamos todo el día de farmacia en farmacia comprando perclorato
sódico, ácido clorhídrico y cajas de anfetaminas…Teníamos todas las tarimas de
la universidad rellenas de botellas inflamables y los pantalones siempre con
agujeros…que cubríamos con floreados remiendos.
Añadir a lo anterior que poseíamos
(¿quiénes?...les contaría y no pararía) un bar, el más popular (entre nosotros)
de Valencia. La cosa económicamente no pintaba bien, así que hicimos una
espectacular huída hacia adelante y nos agenciamos una casa de comidas, algo
más cara que Cáritas, y un camping en un naranjal de Cullera a kilómetros de la playa y
destinado a los “vagabundos de la
osa mayor”…¡TODO! ¡pero TODO!…se fue
al garete… (esa es otra historia que les contaré, en otra ocasión, con
detenimiento).
Salimos de la estación de Valencia el
viernes 13 (¡¡) de abril. Entonces no existían los magníficos trenes actuales y
los vagones se dividían en compartimentos para seis-ocho personas. Se podía
fumar…¡y se fumaba! Se comía y se
soplaba de lo lindo…mucho más que en un ventorrillo caminero. En un viaje de esa envergadura (6 ó 7 horas) te podías pimplar perfectamente
una botella de Terry de malla… o una caja de cervezas (o ambas cosas).
El Wamba, por hijo de ferroviario, tenía “quilométrico”. Yo, no; pero tenía un
amigo, hijo de factor, que también gozaba de ese privilegio. Así que le pedí
el “quilométrico”, y el DNI, puse unas fotos mías encima y saqué dos
fotocopias. Me disponía a viajar con dos
fotocopias de documentos falsos y con un billete conseguido de forma
fraudulenta. El de la ventanilla se limitó a sellar el “billete” que había rellenado con los datos del hijo del factor.
La policía tampoco es que anduviera
sobrada de adelantos tecnológicos…
Cuando llegó W. con un abrigo negro que le
cubría hasta los zapatos, dando la impresión de que en lugar de andar, rodara,
como un féretro empujado desde atrás….Yo ya estaba allí. Y no sólo yo: estaban también nuestras
inseparables, que habían ido con una pancarta de cuatro metros a despedirnos y
a desearnos un feliz viaje: “Feliz Semana
Santa”.
La consigna era: ¡Discreción!
Como era normal entre nosotros, hicimos
como que no las conocíamos. Y ellas tampoco a nosotros. Así que: alguien
despedía a alguien. Nadie, sin embargo, se daba por aludido. Agitaban la
pancarta mientras nosotros, con sendas bolsas de las olimpiadas de México,
subíamos indiferentes al tren.
Olvidaba decir que las inseparables iban
disfrazadas de Jorge Cafrune (¿lo recuerdan?).
Nos inclinamos por (el “quilométrico” no te daba derecho a plaza
numerada) un compartimento que parecía discreto: estaba ocupado por dos señores
de pinta normal y decente. Leían el periódico (cada cual el suyo) y sonrieron
cuando definitivamente nos decidimos.
--Buenos días!
--Buenos días, chavales!
-- ¡Hola!
Cada cual dijo lo que le pareció bien.
Ocupamos plaza de ventanilla. Los señores
ocupaban, enfrentados, los asientos más alejados de la tronera. W. se despojó de la caja negra, por lo demás,
inútil…¡era un día espléndido!
Fue sentarnos y empezar a desfilar por el
pasillo una cuerda de guardias civiles con traje de servicio y “naranjero” dispuesto. Uno de ellos, echó
una escrutadora mirada al interior. Sacamos los celtas con filtro y nos
camuflamos entre la humareda.
Dudamos…pero el tren se puso en marcha y se disolvió la duda… y condensó
la inquietud.
A la altura de Requena abrió la puerta el revisor. Miró
familiarmente y se puso a hablar con los dos señores de las esquinas. Hizo el
rictus del escepticismo: combinación prodigiosa de boca (los labios se juntan,
se aprietan y se proyectan), arco ciliar (se eleva) y un levísimo giro de
cabeza (con una casi inapreciable inclinación). Los señores:
--Bueno…¡Ya caerá esa cabrón!
Nosotros estábamos envueltos en humo
espeso y como sucedió con San Martin de Porras (W. se apellidaba Porras) el
contraluz nos hizo invisibles. Entre el revisor y nosotros se extendía una nube
resplandeciente y milagrosa.
En
Cuenca nos dio tiempo a bajar y subir con cuatro botellas de cervezas frías.
La procesión de los civiles continuaba a
un ritmo cada vez más lento. En una de esas pasadas, el cabo, bigotudo, entró y
se sentó entre W. y el individuo que tenía a su derecha. Aproveché para invitar
a fumar. Sólo cogió el mostachudo; en vista del éxito ofrecí cervezas:
--No, gracias…¡estoy de servicio!. Era evidente que la mala suerte se había cebado en
él.
--Te lo agradecemos, chaval, pero nosotros también estamos de servicio.
W. cogió una botella y se la amorró,
mientras abría los ojos como un Pantocrátor.
--Dicen que lo han visto por Salamanca.
--¡Y por Sevilla!
--Este cabronazo corre más que un galgo.
Oíamos el diálogo, pero mirábamos
atentamente cómo el paisaje se desvanecía (eruridicianamente) a 50 por hora.
El viaje acabó sin más incidencias.
Bajamos en Atocha…W se metió en el ataúd, nos pimplamos dos copuzos de
coñá y nos dirigimos a una casa del
barrio de Embajadores. Allí nos esperaba un amigo de un amigo: ¿recuerdan vds.
a Demis Roussos? ¿sí? Pues bastante más
bajo, con pantalones y la voz una octava más alta. La barba, cerrada como las
puertas del cielo, le arrancaba en las pestañas y le llegaba, sin solución de
continuidad, hasta el pecho. Como un
pañuelo negro en torno al cuello, luto por la constatable injusticia de la
naturaleza.
--Hombre…¡Por fin habéis llegado! Dijo
abrazándonos por la cintura. Su voz sonaba como una sirena de coche de policía
teledirigido. Ahora nos vamos a comer un
rabo de toro…Pero antes nos haremos
un porrito.
El porro rodó hasta que un olor a uña
quemada ocupó toda la habitación.
Dejamos las bolsa olímpicas y raudos nos
dirigimos a no sé dónde. El Wamba rodaba dentro de su particular féretro. “Voz de trueno” marchaba a pasitos
cortos, pero rápidos. Yo, a pasos largos, pero lentos. Todo un repertorio de
locomoción de seres bípedos.
Allí lo conocían y nos sirvieron abundante
y bien. Nos pimplamos dos botellas de Cariñena y unas cazallas. Demis tenía que
trabajar y nos abandonó (antes nos hicimos un porrito). No teníamos ni puta
idea de dónde estábamos ni qué pintábamos en Madrid y, si me apuran vds. ni
quiénes éramos…
Hala…¡A rodar!
Por hacer algo (supongo que tiempo)
entramos en una librería. Estaba especializada en ediciones sudamericanas. Yo, por costumbre, me eché un libro (no
recuerdo el título) al bolsillo de la pelliza y seguí mirando interesado las
novedades. W me hace una señal y sale. En la misma puerta, dos individuos,
cetrinos como la madre que los parió, lo agarran, uno por cada brazo y lo
vuelven a meter en la librería. El Wamba me mira con cara de borrego que llevan
al matadero.
--¡Vacíe los bolsillos sobre la mesa! (mesa “ad hoc”)
--¿Qué bolsillos? ¿Qué mesa? ¿Qué libro?...¿Qué…?
“Por el canal de Panamá” de Malcolm
Lowry. Ed. Era.
Oigo como le piden el nombre y la
documentación. El libro quedó sobre la mesa… y que ya recibiría noticias.
Aprovechando el desconcierto, cojo el libro de la mesa “ad hoc”, me lo meto en el otro bolsillo y salgo decidido, mirando
el inexistente reloj de muñeca y haciendo gestos llamativos con el brazo
derecho. Lo espero como a cincuenta
metros.
(Esta escena me trae a las mientes a otro que, en París, había robado
toda la colección de LPs de los Rollings y mientras lo perseguían por Saint
Denis, iba perdiendo todas aquellas joyas. Sin esos pequeños hurtos no
podríamos haber subsistido con dignidad y puede que tampoco sin dignidad)
Sólo recuerdo que dormimos en una cama. El
siguiente recuerdo ya pertenece al “Domigo
de Ramos”.
El sábado ha desaparecido.
Lo primero que hicimos ese infausto
domingo fue fumarnos un porro y enjuagar el cielo (¡el único!) del
paladar con unas copas de cazalla…y ¡hala!...¡a rodar!
W, en efecto, rodaba; “Demis” trotaba y
yo…a mi paso acostumbrado. En zig-zag llegamos al rastro. Derribamos varios
tenderetes…iniciamos trifulcas que acababan en la barra de un bar y guiñábamos
los ojos a aquel magnífico sol de aquella mañana de Domingo de Ramos de 1973.
Pasaban familias con palmas y ramos de
olivo…parecía un cuadro del aduanero Rousseau. Palmas delicadamente trenzadas con lacitos de
colores; palmas altas y viriles con ese característico ¡plas-plas!...
En una de las incursiones a la barra más cercana,
cuando fuimos a pagar, resultó que éramos uno más: se había colado
subrepticiamente “Charli, de Cuenca”,
flaco como san Jerónimo y elocuente como el “Crisóstomo”.
--Pero, tío ¿qué pasa contigo?
--Ná…¿qué va a pasar?...¡es un rollo tomar la cerveza solo! Así que como
os he visto tan homogéneos y con esos ojirris…
Arrojó sobre nuestras cabezas trozos
vegetales: hojas de palmera y de olivo…mientras nos aclamaba con aquello de :
¡¡Hosanna!!...etc…etc. Pidió otra
ronda y pagó “Demis”. La siguiente la pagó Charli. La siguiente…la siguiente…la
siguiente…¡la pagaría dios! (que estaba exultante).
Así llegamos a la hermosa “hora del ángelus”…a la Chiricciana
hora…a la hora de Zaratustra…y nos introdujimos en ella dando traspiés(es).
Y haciendo torpes juegos de piernas y
lanzando puñetazos al aire vimos acercarse, como a cámara lenta, a un “mulato-cuarterón”. Cuando estuvo a
nuestra altura desplegó todo un repertorio de golpes de diferente factura que
hacían silbar el aire.
--¡Vamos a tomar una servesa!
Los cuatro nos miramos y seguimos al
negro.
--Hermano, ponga 5 cañicas de esas que ya tú sabes. Y unos recortes de
tortilla…¡Soy Legrá…El puma de Baracoa…Campeón mundial de peso
pluma!...¿Quieren saber vds. cómo derribé a Clemente Sánchez?...Era muy
valiente pero llegó pasado de peso y de preparación. Lo derribé 11 veces…pero
el muy cabrón se levantaba y seguía como un toro. En el 10º, tras unos “jabs” para mantenerlo a distancia, le metí un
directo de izquierda y una serie de “crochets” que rematé con un “uppercut”. Ya
no se levantó...¡Ponga, hermano, cinco más!
Con la derecha bebía y con la izquierda
hurgaba en sus bolsillos. Consiguió sacar la cartera y, tras apurar la caña y
dejarla en la barra, nos mostró una serie de fotografías que, empezando en su
bisabuela africana acababa en una preciosa niña con chupete, pasando por
mujeres de todos los colores y condiciones. Los ojos le brillaban (por este
hermoso sol de abril).
W. pidió calamares.
Demis pidió callos.
Charlie pidió más callos
Legrá pidió otra de tortilla
Yo pedí la cuenta….y una ronda de
carajillos: al cincuenta por ciento.
A partir de ahí todo fue cuesta abajo.
Parecíamos “el quinteto de la muerte”.
Y, así, bajando, llegamos adonde los leones de piedra. De camino, el negro
había desaparecido. Ahora parecíamos los “cuatro
jinetes del apocalipsis”.
Nos sentamos un poco en la placeta que hay
enfrente de los leones. Para tomar un respiro. Charli, lió un porro y lo
fumamos con indiferencia. Luego sacó una pastillita (y una navaja) la partió en
cuatro trozos y nos hizo comulgar en el nombre de Cristo, que en ese momento
estaba siendo aclamado por todo el orbe cristiano.
Al cabo de diez minutos, el banco echó a
volar. Subía y bajaba como una montaña rusa. Nos abrazamos para no caer en la
nada. Éramos una piña desigual, pero compacta. “Demis” gritaba con voz de rata. “W” aullaba desde su ataúd. “Charli”
tocaba un invisible tambor y yo abrazaba al trío con unos brazos que se
alargaban como plastilina.
Los transeúntes daban un rodeo. Los pájaros huían
despavoridos....hasta el aire nos daba la espalda. Nos asfixiábamos. Creo que nos estábamos estrangulando unos a
otros de tanta compactación. Cuando
aterrizamos, era noche cerrada y los leones seguían en su sitio… casi luna
llena. El plenilunio sería el martes.
Nos había crecido la nariz y los ojos se
habían hundido. Nos mirábamos con miedo. Las sonrisas eran demoníacas…¡Nos
dábamos terror! Así que optamos por mirar al suelo. Las palabras sonaban como
pulsaciones calientes. Las voces, en general, eran huecas y parecían provenir de los lugares que habíamos dejado atrás. Nos
seguían y cuando nos alcanzaban estaban exhaustas…Y caían a nuestros pies
formando un mantillo donde florecían imágenes
cortantes como auras de neurálgico.
Charli fue el primero en levantarse…nos
cogimos de la mano y como breugueliana fila nos sumergimos en la oscuridad más
completa. Torcimos a la derecha y, al fondo, vimos una luz que
nos reclamaba.
Entramos en el bar, que parecía una bodega
antigua. La clientela giró la cabeza hacia nosotros y la mantuvo así durante una eternidad. La luz
nos cegó y como atacados por el arcángel,
cubrimos nuestras cabezas con los brazos. A “W”. (al elevar los brazos) se le vieron los zapatitos y se supo que
no rodaba. “Demis” saludó y el
contraste entre el sonido y la imagen produjo en la clientela, fija todavía en
nosotros, un alarido infernal. La
mujer de la barra miró fijamente el “as
de bastos” que tenía colgado justo debajo de un vetusto espejo de 5 x 2
metros. Alguna parejita se levantó y abandonó el local. Nosotros estábamos
estancados. Nos faltaba un empujoncito. Lo di yo. Así que, de nuevo dando
traspiés, irrumpimos en aquella cálida bodega: “Cristo entrando en Bruselas”…personajes
de Ensor.
--¡Cuatro botellines, por favor!
En vez de ocupar plaza a lo largo de la
barra, seguíamos en fila india…de tal manera que los quintos fueron pasando de
mano en mano hasta que los cuatro
estuvimos servidos.
--¡Y unos callos!....complementó
Charli.
--No servimos comida. Es un bar de copas.
Ahora, después de 40 años, puedo decir que
se respiraba fatalidad. Que todo iba cuesta abajo sin remedio y que no habría
dios que lo parara.
Aquí se abre (o se cierra) un fundido en
negro. Después me veo, apoyada la cabeza
en la barra, vomitando y rodeado de “grises”.
Toda la barra está llena de cristales, restos de un estropicio importante. La de la barra ha descolgado el “basto”.
Miro con la poca atención que puedo reunir y no veo ni a W. ni a Charli,
ni a Demis. Cuando logro enfocar correctamente, diviso a “voz de trueno” sentado en una mesa rinconera departiendo con
alguien….a Charli en el otro extremo
de la barra zampándose algo que parecen callos y a W. que saliendo de dios sabe dónde, con todo el “féretro” destrozado y más blanco que “blanco sobre blanco” viene hacia mí.
--Daaame un cigarrillo…Sus
ojos, de par en par, miraban al techo.
--¡Ese, ese es el otro!
Grita la mujer a quien quiera (y a quien no quiera) oírla, empuñando
goyescamente el bastón.
Los
“grises” nos sujetan con
fuerza, como si estuvieran apropiándose de algo ajeno que está en disputa. Charli
se acerca y queda pegado como los pajarillos en la goma traicionera, cuando por
la noche van a las charcas a saciar su sed.
El vetusto espejo de 5 x 2 yace, hecho
migas sobre el mostrador y parte de la sala.
Cubismo en acción.
Nos esposan y ¡hala! …¡a rodar!
“Demis
Roussos” aprovecha para pedir dinero para la liberación de los presos
políticos.
Nos metieron en una ranchera. Por la
puerta de atrás. Y cuando ya, puesto el motor en marcha, se disponía a rodar…W. abre la puerta, sale como si no
pasara nada, entra en el bar y busca algo que no encuentra. Un policía que lo
ve, sale detrás de él y le da un
mamporro que lo dejó más desorientado que una brújula en un campo
magnético.
--¡y calladitos..eh!...¡que parecéis el “tres de copas”!
Charlie iba más colgado que las “casas colgantes” y nosotros
parecíamos extraídos de la ciudad encantada. Cuenca
se había apoderado de todos.
Nos condujeron a una comisaría cercana
(¿).
Entramos en un despacho siniestro,
iluminado por una bombilla desnuda y amueblado con la habitual mesa con su
inseparable silla de madera. Detrás alguien, con bigote fino, nos instó a
vaciar los bolsillos: 1800 pesetas entre todos, hojitas de olivo, una llave, un
rosario con bolitas de nácar (¡¡), un paquete de celtas con filtro, otro de
Ducados…¡y una navaja! Aún no había decido qué hace con aquello cuando Charli empezó a gritar desconsolado:
--“El rosario de mi madre…¡no!...por lo que más quiera mi capitán,
devuélvame el rosario de mi madre!” (¡¡)
El comisario, inspector, capitán o lo que
fuera no sabía se reír o liarse a hostias con todos nosotros.
--¡¡Cállate!!...¡¡sacad los papeles!!
Empezamos a busca por todos los bolsillos
y no encontramos nada. Estaban en la bolsa de las olimpiadas de México. Charli tampoco llevaba ninguna
identificación. Declaramos bajo juramento ser quienes éramos mientras el
policía tecleaba en una Olivetti monumental y al ritmo heroico de correo-exprés
nocturno.
--¿Y esto?
--la llave de mi coche
--¿Su coche? ¡hum…hum!...¿Dónde coño lo tiene aparcado?
--Por Embajadores
--¿Por embajadores?...¡hum…hum…! ¿y qué ¡coche! tienes…si puede saberse?
--Un dos caballos furgoneta, mi capitán
--Con que un dos caballos furgoneta…¿me equivoco?
--Pues ¡no, mi capitán!...Hago portes.
--¿Gasta
mucho?
--Como un mechero, mi capitán.
--Hace portes ¿me equivoco?...¡no podrá transportar mucho con esa
“furgoneta”!...¿un poco de droga, quizás?...¿me equivoco?
Y se rio de buena gana. A nosotros se nos
torció el morro.
--Bueno, ahora que vamos ligeritos, contadme qué ha pasado.
--Nada!...Una mujer nos quería arremeter con un bastón y nos hemos
defendido…creo.
--Y del espejo…no sabéis nada ¿no? …o me equivoco.
--¿Espejo? …¿qué espejo?...¡Allí no había espejo!
--En efecto…porque lo hicisteis trizas, ¡cabrones!
Era yo el que daba la cara y esas
miserables explicaciones.
--Bueno…¡Ya se os notificarán las
consecuencias!
Acabado
el trámite (¡de la navaja no dijo NADA!) nos trasladaron a otra salita aún más
despojada que la anterior: 4 ó 5 sillas típicas pegadas a la pared y una mesa a
la que estaba sentado el policía de guardia. Escondió la revista que estaba
hojeando y nos dirigió una mirada en la que aún quedaban restos de lujuria.
Entró
el “jefe” y le pasó el papel con
nuestras declaraciones.
Empezó a hacer las comprobaciones de
rigor: conferencias de larga distancia…espera…llamadas a la central…espera. En
esa espera sonámbula, W, desorientado
como una brújula en un campo magnético, se levanta y, sin decir palabra,
desaparece por una puerta lateral; el lujurioso que lo ve:
--¿Adónde vas, desgraciado? Y levantándose como si le hubiera picado una
cascabel, echa mano a la porra (W. se
apellidaba “Porras”) y va en su persecución. Oímos unos golpes secos y un
quejido como de oveja resignada.
--Se está meando, mi capitán. Dijo
Charli.
--Pues
que se mee encima. La respuesta salió por la puerta entreabierta.
Cuando volvieron al escenario principal,
W. llevaba los pantalones mojados hasta el dobladillo (esto lo supimos
después…pues, de momento, el abrigo ocultaba la vergüenza).
Ahora parecía una escena de Becket: en
cualquier momento podría aparecer Godot.
….¡¡Y apareció!!
Por donde una hora antes habíamos entrado
nosotros, traían esposado y a empujones a un mulato-cuarterón en el que
reconocimos a Legrá. La alegría y la
tristeza se mezclaron y nos dieron arcadas que expresaban lo que las palabras
eran incapaces.
--¿De dónde has sacado a este? Preguntó el de la revista.
--De ahí de san Jerónimo, se peleaba con el altísimo a quince asaltos.
Reclamaba la descalificación del contrincante por juego sucio. Tengo de
testigos a todo el barrio. Dice que es Legrá…¡el muy cabrón!...¡Y que quiere
ver al mismísimo Caudillo!
--Mételo ahí adonde el jefe.
El foco seguía al negro y desaparecieron juntos por
la puerta entreabierta de recepción.
Seguían las llamadas y las comprobaciones.
El que había traído al negro se marchó a seguir cosechando. Volvimos a la
escena previa. El trabajo se le
acumulaba al lascivo.
Sale Legrá, nos lanza un “gancho” y ocupa la silla que queda
libre.
Llamadas…espera…llamadas…espera. Anota
algo de vez en cuando. Asiente con la cabeza…La bombilla no puede mostrar todo
su poderío por las cagadas de mosca que la atenazan…sino…¡verían vds.!
Sobre las paredes desnudas, nuestras
sombras. Cada cual tiene la suya
detrás…a la expectativa. Nadie tiene reloj…pero el tiempo pasa…¡eso es seguro!
Sale
el “jefe” y se dirige directamente al
mulato-cuarterón:
--Con que al Caudillo ¿eh?...¡no tienes bastante con el
altísimo!...Nada, que este cabrón no entiende ni papa de lo que le pregunto.
¿¡Será zulú!?…Pues ahora me vas a decir qué tienes tú que ver con Franco.
Saca la porra; en la pared se refeja la
sombra: como en los “títeres de
Cachiporra”…Cristóbal se dispone a repiquetear sobre la dura cabeza del
negro.
--¿Cómo te llamas?...¿de dónde eres?
El negro no contesta. No entiende: eleva
los hombros y tuerce la cabeza. El primer golpe ha empezado la trayectoria.
Legrá nos mira implorante. Me levanto, doy el acostumbrado traspiés y me coloco
entre la porra y la cabeza del zulú.
--Mi capitán
--¡No me llames capitán, coño!...¡Soy inspector de policía!
--Mi inspector!
--DE la policía…¡no tuyo!
-- Sr. Inspector de policía…El negro no entiende…¿no se da vd.
cuenta? YO entiendo algo de zulú.
Sobre la pared nuestras sombras parecen
representar una escena de “Otelo” (¿) Legrá que ha captado el juego, balbucea algo
plagado de vocales (¡fácil!) :
--Dice que lo único que quiere es irse con su mujer y su niña.
--¡¿Qué mujer ni que niño muerto?!
--Tiene familia.
La porra sigue en todo lo alto, en
tensión, en equilibrio inestable. En cualquier momento puede abatirse sobre
nuestras multirraciales cabezas. El negro sigue balbuciendo.
--Señor inspector…dice que no ha hecho nada. Que sólo ha tomado unos
vinos, pero que como es negro y no está acostumbrado se le han subido a la
cabeza.
El brazo de la justicia, pasado el momento
de furor, pierde la rigidez…finalmente vuelve a su posición humana.
--¡Lleváoslo!...¡Ya le arreglaré yo las cuentas!
Nadie acude al mandato. No hay nadie más
que el lujurioso que sigue ocupado con sus comprobaciones. El jefe se retira a
su madriguera y el negro aprovecha para largarse por donde entró. Antes de
salir, se vuelve y nos lanza un beso directo al mentón.
Así eran la cosas (algunas veces). La
mecanización llegó poco a poco.
Las cosas se fueron aclarando a su ritmo.
Lo de Charli estaba en regla. Lo mío también (¡¡) (siempre he pensado en la
razón de mi buena suerte y no he conseguido una explicación razonable). Lo del
Wamba, sin embargo (como era de esperar), presentaba alguna complicación
(Siempre he pensado en la mala suerte de W. y no he conseguido una explicación
razonable).
--¡Hala!...¡a la puta rue!...¡y que no os vuelva a ver por aquí! ¡Coged
vuestras cosas!
Nos levantamos para salir zumbando.
--El del abrigo…¡que se detenga!...A ti no te he dicho nada. Lo tuyo va
para largo.
Y salimos (Charli y yo) como el agua de torrentera.
Amanecía. “Pío-pío-pío”
Tres veces silba el pájaro.
Enfrente había el típico bar de policías,
donde los agentes toman sus carajillos y se hurgan los dientes. Estaba abierto.
Entramos. En el extremo más alejado de la barra dormía, la cabeza sobre el
mármol, “Demis”. Lo
habíamos subestimado…
Pero allí estaba, como el lucero del alba.
Había conseguido 85 pesetas.
--¡Ya era hora!
--Pero tío…¿de qué vas?
--Llevo toda la noche esperando.
--Pues aún te queda un poco, el Wamba sigue ahí metido.
Tomamos unos carajillos con churros y
dimos una cabezadita. Cuando las primeras luces del sol daban en los pisos altos
del edificio de enfrente, se abrió la puerta del bar y entró el Wamba. Del
abrigo ¡quién lo ha visto y quién lo ve!
quedaba la “Forma” (deformada)…la “Materia” había retrocedido a calidad de
Materia Prima.
Bueno pues, anduvimos por todo Madrid
hasta dar con el coche. Y en coche
fuimos a la casa de “voz de trueno”.
Recogimos las bolsas olímpicas y nos despedimos.
Acordamos ir juntos hasta Cuenca y allí
cogeríamos el tren a Valencia.
El coche era, en efecto, un dos caballos
furgoneta…sin asientos traseros. Yo me puse detrás. Y por seguridad me tumbé en
el suelo y me agarré a las patas de los asientos delanteros. Y así,
a lo san Andés, salimos de Madrid por Vallecas…para enlazar con la
nacional III.
En Arganda pusimos 200 pesetas de gasolina
y preguntamos la hora, el día, el mes y el año: las 11 de la mañana del día 16
de abril (lunes de Pascua) de 1973.
El Charli había enchufado un radio casete
de bolsillo a la batería del coche y llevaba algunas cintas: Nino Bravo (“Libre”), Ten years after (“Albin Lee and Company”) y otra de “varios”.
“I’m going home”…una y otra vez. Y
después “Libre” de Nino Bravo…así
hasta Fuentidueña del Tajo, donde paramos a comer un bocata de atún con olivas.
El nombre nos arrebató: ¡¡Fuentidueña!!
Estábamos sentados en la terraza de un bar
de carretera, tomando el sol y comiéndonos el bocata, cuando pasó como una
exhalación, primero el agudo sonido de la sirena (pensábamos que nos seguía el
“Demis”) y después una ambulancia
destartalada que desprendía desaliento por donde quiera que la miraras.
Serían
las 12 pasadas.
--Los
hay que tienen prisa…dijo Charli.
W. no dijo nada, como si se le estuviera
revelando su futuro desafortunado.
--¡Pues sí!...rematé. Me levanté y pagué.
“Libre…como el sol cuando amanece…(…)
Con su amor por montera se marchó
cantando una canción,
marchaba tan feliz que escuchó
la voz que le llamó,
y tendido en el suelo se quedó
sonriendo y sin hablar,
sobre su pecho flores carmesí,
brotaban sin cesar...
Libre…como el sol cuando amanece…(…)
En Tarancón se notaba un ambiente extraño,
como de panal de abejas excitadas. Aparcamos en la plaza del ayuntamiento, nos
sentamos en el exterior del Bar-Café de la plaza y preguntamos, con el fin de
aclararnos sobre la causa de esa sensación de infortunio que nos había
invadido…
--¿No lo sabéis?
--¡Pues no!...por eso preguntamos.
--¡Nino Bravo!
(entre
nosotros): ¡no me jodas que nos han oído!
--Nino Bravo… ¿qué?
-- Que ha tenio un accidente allí en Villarrubio y se lo han llevao a
Madrid.
Murió justo cuando se cruzaba con nosotros
en Fuentidueña. Había salido de Valencia sobre las 8’30 en su BMW 2800 de
segunda mano. Habían repostado y comido un bocadillo de atún con olivas en
Motilla del Palancar. Le acompañaba uno del dúo “Humo”, grupo que promocionaba el artista: Tenían que meter unas
voces en una grabación que estaban ultimando…y él mismo tenía que arreglar
algunos asuntos con su casa de discos “Polydor”.
El accidente lo sufrieron en la curva tras
rasante que había (antigua nacional III) a la entrada (desde Valencia) en
Villarrubio. Fueron trasladados en coches particulares a Tarancón y de allí a
Madrid (“Hospital Francisco Franco”)…donde
confirmaron la evidencia.
Se murió sin ganar ningún festival de la
canción: ni el de la Vall d’Uxó, ni el de Barcelona, ni el de Río (aunque una
vez lo tangaron), ni el de Eurovisión…Al de Río se presentó dos veces: la
primera vez, Rosa Morena representaba a Andorra (¡¡).
Había nacido en Aielo de Malferit,
producía “Humo”, quería ser libre
(hasta el final…¡mejor!: desde el final), había comprado un BMW de segunda
mano…¡en fin! ¡tenía muchos números!
Casimiro, el conductor de la ambulancia,
cuatro años antes había hecho casi el mismo recorrido, con el mismo resultado.
Aquella vez se trató de Rafael Vega “Gitanillo
de Triana”, que había heredado el
título (pero no la finura) de su hermano, muerto en el 31. El tal Rafael, que
había ejercido de “testigo” en la
alternativa de Manolete y de simple testigo en
la cogida mortal, venía de una noche de farra en la finca que tenía Luis
Miguel Dominguín en Cuenca, y se estampó a la altura de Belinchón. Casimiro
estaba, pues, acostumbrado a cierto tipo de entrevistas.
Nosotros nos sentimos culpables de verdad.
Pensamos que Nino, al pasar por la terraza donde tan gustosamente tomábamos el
sol, habría, atraído por el marino perfume del atún y las olivas, intentado
mirar por la ventanilla…con desenlace fatal.
¡En fin!..¡Así es la vida!
Tomamos hacia Cuenca y allí nos
despedimos.
--Bueno…¡aquí tenéis un amigo para toda la vida!...¡Ya nos veremos en su
día!
Bajamos de la furgoneta. W. tiró a una
papelera (grande) lo que quedaba del abrigo y así, a cuerpo gentil, nos
dirigimos a coger el exprés de las cinco ¡en punto! de la tarde.
Sellamos los ”billetes” y elegimos mejor el compartimento: dos americanas (¿)
ocupaban los sitios de ventanilla, nosotros nos sentamos, uno a cada lado.
--Buenas tardes.
--Good evenig…(en efecto, americanas)
Saqué “Por
el canal de Panamá” del bolsillo de la pelliza y se lo alargué a W. ¡Se le
saltaron las lágrimas! (de vergüenza y de agradecimiento)….el mío sigo sin
recordarlo.
Al poco de ponernos en marcha empezó la
cuerda de guardias civiles. A veces se les oía:
--Parece que ahora está en Toledo.
--Mira que si viajara en este tren…
--Este “Lute” nos va a volver loco. ¡Cuando lo pillemos descansará y
descansaremos!
Por fin se había aclarado la espesura de
civiles: se trataba de “El Lute”…al
que perseguían por tierra, mar y aire.
En Utiel, cuando todo parecía
vencido…apareció el revisor. Se dirigió directamente a W.
--Billete, por favor
Sacó el “billete”…pero el revisor no se conformó y le exigió en
quilométrico. W, haciendo un gesto de autosuficiencia, le largó el
“quilométrico”
--Está caducado, señor.
--¿Cómo que caducado?
--Sí… ¡que no es válido!..que tiene vd. que renovarlo…¡si puede!
--¿Y?...¿Cómo que si puedo?
--No sé…vd. sabrá. Tendrá que sacar un
billete y pagar la multa correspondiente.
Mientras tanto yo, que siempre he tenido
pinta de universitario de la costa este, intentaba meter baza en la partida de
cartas de la pareja. Quizás notaron en mi mirada la indefensión, quizás les
resultó divertido mezclarse con un “indígena”…pero
me dejaron hacer. Así que cogí las
cartas, barajé y repartí como para la “brisca”…Ellas
mordieron la historia, creo, e hicieron como que jugaban…se tiraban cartas al
buen tuntún, ganaba quien antes cogía la baza…El revisor había mordido al
desorientado y no lo iba a soltar fácilmente.
W. pedía e insistía en que llamaran a su
padre (factor de la estación de Valencia)…¡sería la tercera llamada en dos
días!...El revisor se lo llevó con él y a mí me olvidó.
Cuando llegamos a Valencia, un
desconsolado señor, con bigote, gemelo al de W. nos esperaba en el andén. Se
limitó a callar y a preguntar (para sí mismo) por el estupendo abrigo con el
que W. había salido de casa tres días antes. Nos acompañaban las americanas…lo
que dulcificó la cosa. Padre e hijo aclararon lo que tuvieran que aclaran y nos
fuimos a casa con la esperanza de que, al fin, tendríamos la recompensa a tanto
sinsabor.
Allí, preparé una tortilla “española” y para preparar el terreno,
propuse continuar con el juego de cartas: al poker.
Decir: que nos limpiaron, cogieron un taxi
y se fueron a su hotel…eran las cuatro de la mañana. Nosotros salimos al balcón
y cada cual pensó lo que tuviera que pesar…Incluyendo a la Organización.
Fumamos. Parecíamos el dúo “Humo”.
La historia tiene su lógico final. Una
sofocante mañana de Julio (yo estaba por puta casualidad en casa de mis
padres):
--¡Levanta, cabronazo, comunista…etc…etc!
agitando
una carta en la mano izquierda, mientras con la derecha enarbolaba el cinturón
de gala, el amarillo, de la guardia civil.
--¿Pero qué pasa aquí?...¿Qué es esto?
--¿Qué qué pasa? …¡TÚ sabrás! Aquí se te cita para la semana que viene.
Se ve que tienes un juicio en Madrid…¿¡qué NO habrás hecho!?
El cinturón silbaba al aire…como una cobra
a punto de lanzarse.
--Nos
vas a matar a disgustos…Para una vez que vienes…te llevan ante la justicia.
Me costó explicarle que no era lo que se
imaginaba; que la cosa se limitaba a un juicio de faltas por escándalo público
y que no tenía nada que ver con los comunistas.
Cuando oyó lo de escándalo público se calmó e intentó encajarlo dentro
de su esquema definitorio de la juventud.
Llegado que fue el día de autos…allí, en
el juzgado, nos vimos los tres: El Wamba, de verano. Charli, con auténtica
chaquetilla torera, de luces (negro y marfil) y yo, también de verano…como, por
otra parte era lógico. ¡Estábamos en la canícula!
El
juez, tras la primera (y muy compleja)
impresión, dio rienda suelta a las emociones…(estupor, ira, cansancio, venganza,
compasión, desaliento, envidia…y otras por el estilo). Cuando las emociones se
hubieron calmado y sometido a la razón:
--Bien, muchachos…¿habéis pagado vds. lo que se debe?
--¡Naturalmente! (que no)…(¡restricción mental!).
--¿Son conscientes del mal que han producido?
--Naturalmente, señor.
--Y vd. el de la torerilla, ¿no dice nada?
--Naturalmente.
--La acusación no se ha presentado, por lo
que quedan libres de todo.
Poco le faltó a Charli para que le besara la mano. Al verlo así de negro, pensó en
los curas y demás.
Salimos. “Demis Roussos” estaba de vacaciones.
Así que nos comimos un bocadillo de atún
con olivas en cualquier sitio y nos despedimos. A Charli no lo he vuelto a ver. Al Wamba…¡por poco tiempo!
Me olvidaba decir que el 16 de abril ha
sido (internacionalmente) elegido como: el día de la VOZ.
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